¿La Tierra es un ser vivo? ? Gaia
En los años 70, James Lovelock y Lynn Margulis formularon una idea que explica mucho sobre nuestro planeta: La hipótesis de Gaia.
Nuestro planeta durante mucho tiempo se consideró como un ente inanimado, compuesto de rocas y agua, en el que los seres vivos simplemente habitaban y de cuyos recursos hacían uso. Pero esa idea ha empezado a cambiar.
Hasta mediados de los años sesenta, la ciencia convencional habría encontrado ridícula la idea de la Tierra como un organismo. Resulta evidente que un planeta no tiene conciencia ni puede tomar decisiones, por ejemplo. Y aunque ya Kropotkin, naturalista ruso, había hablado de la capacidad de cooperación entre animales y plantas, para los científicos occidentales era claro que había en la naturaleza demasiada competencia y conflicto como para pensar en que se pareciera al orden armónico que se da en un organismo viviente.
Sin embargo, matemáticos, físicos y otros científicos empezaban a desarrollar la idea de los “sistemas autoorganizados”: fenómenos en los que la interacción de los elementos que los componen generan un orden superior sin necesidad de un plan previo. Algunos ejemplos son la formación de cristales, el acomodo de las hojas en las plantas y hasta el comportamiento de la economía. ¿Podría ser la Tierra un sistema autoorganizado?
La vida como sistema regulador
En 1961 la NASA contrató al científico James Lovelock para estudiar las posibilidades de que hubiera vida en Marte. Analizando los gases de su atmósfera descubrió que estaban en perfecto equilibrio: ya no había reacciones químicas posibles entre ellos. En contraste, vio que la atmósfera de la Tierra tenía una mezcla de gases tal que permite que estén reaccionando entre ellos constantemente. Y ¡oh sorpresa! Aún así las proporciones de los gases permanecen más o menos constantes. Y aún más sorprendente: se sabía que, desde el origen de la Tierra, el sol había aumentado su temperatura un 25%. Sin embargo, durante cuatro mil millones de años, la temperatura de la superficie terrestre se había mantenido constante, en un nivel muy cómodo para la vida. ¿Cómo era posible?
Era el otoño de 1965. La revelación vino a mí como un relámpago. ¿Podía ser que la vida estuviese produciendo y regulando la atmósfera, manteniéndola en una composición constante y favorable para los organismos, igual que los seres vivos son capaces de autorregularse y mantener constante su temperatura corporal y otras variables vitales? ¿Sería igual con la temperatura y salinidad de los mares y otras variables?
Gaia
Pero Lovelock no tenía idea de qué mecanismos orgánicos podrían estar en juego. Entonces conoció a la bióloga Lynn Margulis, quien pudo explicar cómo las interacciones de los diferentes organismos podían dar origen a los diferentes gases atmosféricos. Juntos desarrollaron la idea de la Tierra como un sistema autoorganizado. A esta hipótesis le pusieron el nombre de “Gaia”, la diosa griega primordial que personifica la Tierra, también conocida como Gea.
Al principio los demás científicos se reían de ellos, y ni la revista Science ni Nature quisieron publicar sus ideas. Fue Carl Sagan quien los invitó a dar a conocer su hipótesis en su revista Icarus. En la actualidad, la hipótesis de Gaia aún se discute, pero goza de mayor aceptación.
Si bien la biósfera es esa capa delgada en la superficie de la tierra y en el océano que contiene vida, Gaia incluye aún más: por lo menos 160 kilómetros hacia la estratósfera y 160 kilómetros hacia el subsuelo. El sistema conecta lo inerte con lo vivo. La meteorología y la geología con la biología y la ecología.
Bucles de retroalimentación
El sistema Gaia se autorregula a través de “bucles de realimentación”. Por ejemplo, el ciclo del carbono: los volcanes y los animales arrojan dióxido de carbono a la atmósfera, esto aumentaría la temperatura global, pero es absorbido por las plantas en el ciclo de la fotosíntesis, manteniendo así una temperatura apta para la vida.
Lovelock pone otro ejemplo curioso: la orina. Sucede que los animales, al procesar las proteínas, generamos nitrógeno como desecho. Podríamos expulsarlo de muchas maneras: como gas, por ejemplo. Pero lo que en realidad hacemos es excretarlo como líquido, lo que requiere “desperdiciar” valiosa agua. ¿De qué nos sirve eso? Pues, en principio, de nada. Excepto que la orina líquida contiene nitrógeno en forma de urea que sirve de fertilizante a las plantas, que a su vez nos proveen de oxígeno y alimento. Y además consumen CO2, conectando este ciclo con el del carbono.
Así, la multitud de ciclos interconectados forma un sistema que se llama “Gaia”.
Polémica
Esta idea aún desata polémica. La misma Lynn Margulis tiene algunas críticas. Entre ellas, advierte: "Si la Tierra se autorregula y se regenera, muchos lo tomarán como permiso para contaminar y destruir. Y puede que tengan razón: Gaia es ruda: ha sobrevivido por miles de millones de años y seguro se recuperará de los excesos que le infligimos. Pero posiblemente eso suceda en un mundo donde el ser humano ya se haya extinguido."
Si queremos seguir formando parte de Gaia… conviene ser más cuidadosos con nuestro comportamiento hacia ella.
¡CuriosaMente!