¿Por qué la educación no evoluciona?

Los métodos educativos y los contenidos escolares parecen congelados en el tiempo. ¿Por qué la escuela no cambia? O ¿qué aspectos de la escuela cambian y cuáles no?

¡El mundo parece avanzar de manera vertiginosa! Por ejemplo, la tecnología de comunicaciones evoluciona a diario y es posible que pronto los viajes espaciales se vuelvan algo cotidiano. Mientras tanto, pareciera que las escuelas… se quedan igual… que enseñan las mismas cosas y con los mismos métodos que hace cien años ¿es así? 

Educación y escuela

Antes que nada habrá que aclarar que educación y escuela no son la misma cosa: una gran parte de la educación ocurre sin la participación de la escuela. Más adelante hablaremos más a detalle de eso. Y, hablando sólo de la escuela, es injusto decir que no ha evolucionado: la escuela actual no es idéntica a la medieval o a la que había en el Siglo Diecinueve… aunque es cierto hay partes que no han cambiado tanto. Una pregunta más justa sería ¿Qué aspectos de la escuela han evolucionado más lentamente y por qué?

Ritmo de los procesos sociales

Ocurre que la historia es más compleja de lo que nos han contado. El historiador Fernand Braudel habla de que los procesos sociales se mueven en tres diferentes ritmos o velocidades. En primer lugar están los acontecimientos: los eventos que ocurren a diario, los que escuchamos en las noticias y corresponden a los tiempos cortos. Estos acontecimientos pueden contribuir a procesos más importantes, de velocidad intermedia, llamados “coyunturas”: hechos importantes que determinan una situación. Cambios de regímenes políticos o hechos como la revolución industrial, por ejemplo. Por último está la larga duración: es la lenta transformación de estructuras sociales, económicas e ideológicas, y pueden tardar incluso siglos para cambiar.

La evolución de la escuela también tiene estas tres velocidades. Por ejemplo, la tecnología puede moverse de manera relativamente rápida: mientras que tu bisabuela llevaba una pizarra para escribir, tu mamá ya llevaba cuadernos, que tú también llevas, pero quizá también puedas usar una tableta digital o una computadora. Por otro lado, es muy probable que normalmente asistieras o asistas a un salón de clases, en un horario determinado, frente a un profesor: exactamente igual que lo hacían los niños en el Siglo Diecinueve. Estamos ante un proceso de larga duración.

Y estos procesos ocurren simultáneamente. El teórico Raymond Williams nos dice que, en un determinado momento histórico, pueden estar conviviendo culturas dominantes, que tienen ideas que la mayor parte de la gente considera buenas e importantes; con culturas emergentes que tienen ideas novedosas pero que aún no son plenamente aceptadas; y culturas residuales, que tienen ideas antiguas pero que aún son practicadas y defendidas. Entonces, en una misma escuela puede haber tecnologías electrónicas de última generación al mismo tiempo que usa muebles considerados funcionales desde hace varias décadas, con métodos de “premio y castigo” que no han cambiado desde hace siglos. Y esto a pesar de que existió María Montessori que creó un método probado científicamente que promueve la imaginación y la creatividad, un Vigotsky que mostró que los niños aprenden mejor en compañía de otros de diferentes edades… un Tonucci que propuso que era mejor no dejar tareas para que niñas y niños tuvieran experiencias más diversas… un Freire que proponía una “pedagogía de la pregunta”, donde las dudas de los estudiantes fueran las que guiaran el aprendizaje… Pero, si hay personas dedicadas a la pedagogía, la psicología y la investigación que constantemente están estudiando la educación y proponiendo nuevos métodos y contenidos.

¿Por qué la escuela no cambia? 

Porque, para que ocurra un cambio, este tiene que pasar por muchos niveles. Digamos que una persona de ciencia investiga, experimenta y propone un nuevo método educativo. Primero hace falta que las autoridades educativas lo consideren valioso. Si llega a ocurrir, este método tiene que convertirse en políticas públicas, cambios en planes y programas de estudio, lo que implica movimientos institucionales que pueden ser muy lentos o de plano nunca ocurrir. De ahí, los cambios tienen que ser adoptados por los profesores, quienes también pueden tener objeciones o resistencia al cambio, e incluso recibir presiones de los padres de familia que prefieren que las cosas sean como antes.

Por ejemplo: hace más de 100 años, María Montessori propuso un método de aprendizaje que, entre otras particularidades, no requiere de notas o calificaciones: la evaluación es personal y continua. En todo este tiempo, esta propuesta no ha incidido en la mayor parte de los sistemas educativos de América Latina. Aún así, existen “Escuelas Montessori” que han adoptado varias de sus prácticas, por ejemplo, espacios de trabajo abiertos y actividades más personalizadas. Sin embargo, estas escuelas existen dentro de un sistema educativo que exige que se entreguen calificaciones periódicamente. E incluso si no fuera así, muchos padres de familia presionan para obtener un número con el que puedan ver si su hijo “va bien”, aunque sea completamente contraproducente. 

Así, podríamos resumir que, si la escuela no cambia es porque las relaciones educativas son un reflejo de las relaciones sociales. Si persiste, por ejemplo, una relación jerárquica y de poder entre docentes y estudiantes es porque persisten esas mismas relaciones en las instituciones (como los ministerios o secretarías de educación) y en el resto de la sociedad.  Queremos que se transforme la sociedad mejorando la educación, pero para que se transforme la educación debe mejorar la sociedad ¡Es como el huevo y la gallina!

Y es que las autoridades escolares suelen trabajar bajo el paradigma del control. Y sólo se puede controlar lo que se puede medir: por ejemplo los lugares y los tiempos: “Para controlar mejor todo hagamos grupos con niños de edades similares, en bancas similares, en edificios similares, que vayan en los mismos horarios. Controlemos las horas de clase que imparten los profesores. Exijámosles que lleven registro de las asistencias y que otorguen calificaciones numéricas.” Así, siguiendo los principios de la escuela Prusiana y los métodos lancasterianos, en vez de las más avanzadas teorías educativas, la escuela se vuelve, entonces, una institución para controlar a las personas. ¿Siniestro, verdad?

¡Pero hay una esperanza! De hecho, son tres esperanzas. 

La primera es que, como dijimos antes, sólo una parte de la educación ocurre en la escuela. Una muy buena parte de lo que aprendemos sucede con nuestra familia, en grupos autónomos o con otras organizaciones sociales y a través de los medios de comunicación: cada vez es más fácil aprender a través de redes como YouTube, por ejemplo. Por lo tanto, abundan las oportunidades de aprendizaje independientemente de la escolarización. 

La segunda es que, con todo y una estructura rígida y métodos anticuados, el conocimiento siempre será mejor que la ignorancia. Por ejemplo, en el Siglo Dieciocho los esclavos aprendían a leer y escribir en secreto para mejorar sus condiciones y eventualmente, emanciparse.

Y finalmente, aunque despacito y disparejo, la escuela sí ha cambiado y puede seguir evolucionando. Siguiendo las ideas de Paulo Freire, puede ser que exista una educación opresora, pero también puede haber una educación liberadora, donde cada individuo se considera un ser pensante y crítico capaz de cuestionar y transformar su realidad.

¡CuriosaMente!

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