¿Quién #%*$ inventó las groserías?
¿De dónde vienen las "malas palabras"? Las procacidades o han existido desde que existe el lenguaje y vienen de las profundidades de nuestro cerebro ¿Quieres conocer un poco acerca de "el lenguaje soez"?
¡Ahora sí, pequeño pedazo de COCO! ¿Querías saber de dónde COCOCOS vienen las COCOS palabrotas que dices todos los días con tu COCOCOSA boca de marinero?
El lenguaje soez o procaz está hecho de expresiones conocidas como “malas palabras”, “improperios” o “palabras altisonantes”, que se usan para insultar o denigrar a otros, o para expresar enojo o desprecio... aunque hay quienes las usan con tanta frecuencia que ya sólo quedan como expletivos, o sea, indicadores de énfasis. Tradicionalmente también han sido indicadores de vulgaridad, de que quien las usa es alguien ordinario, carente de educación y de finura.
Origen
Es imposible saber quién fue el primero en decir majaderías: se inventaron mucho tiempo antes de que existiera la escritura y no queda registro. Aunque muchas palabras que hoy consideramos “malas” no siempre fueron groserías y muchas que eran groserías antes ahora no lo son, todo indica que los vocablos injuriosos han existido desde que inició la expresión humana: todos los idiomas y todas las culturas tienen un vocabulario soez. El chiste más antiguo del mundo es sumerio y es un sobre… flatulencias.
Insultos tabús
No todas las culturas consideran ofensivas las mismas palabras, pero las majaderías sí tienen en común que hacen referencia a conceptos que consideramos “tabú”: temas de los que se supone debemos evitar hablar. Las palabrotas generalmente hacen referencia a tres tipos de tabús:
Suciedad. Son muy comunes las groserías que invocan sustancias que instintivamente provocan asco o desagrado, como excremento, mugre, secreciones corporales o las partes del cuerpo que las producen. También hay términos relativos a animales considerados sucios.
Sexo: Una buena parte de las malas palabras se refieren a actividades sexuales, sobre todo si en esa cultura se consideran indignas o vergonzosas, aunque no sea cierto. Los romanos, con su sociedad patriarcal, consideraban ofensivas palabras que implicaban que un hombre se subordinaba a una mujer durante la relación sexual. En la actualidad llama la atención que nuestras culturas, herederas de la latina, tienen muchas palabras denigrantes relacionadas con quienes ofrecen servicios sexuales, pero ninguna para quien paga por esos servicios.
Religión. Para muchas culturas los temas sagrados no deberían mencionarse fuera del ámbito de la solemnidad, así que relacionar términos sacros con procacidades es especialmente transgresor. En el cristianismo hay prohibiciones explícitas a “mencionar el nombre de Dios en vano” y a jurar. Así que durante la edad media, si alguien quería verse muy rudo juraba por los clavos de Cristo o traía a colación objetos sagrados en tono de burla.
Otros insultos
Otro modo de insultar, aunque no es precisamente tabú, es hacer alusión a la poca capacidad intelectual de alguien, posiblemente comparándolo con algún animal considerado tonto o incluso aludiendo a trastornos mentales.
Es muy común, sobre todo en las culturas latinas, insultar a alguien invocando a su madre. Este insulto es particularmente ofensivo porque se aprovecha de los sentimientos de lealtad hacia la progenitora.
¿Empobrecen el lenguaje?
Se ha dicho que las groserías empobrecen nuestro vocabulario, pero un estudio encontró que no es cierto: personas con más amplio vocabulario tienen también un amplio vocabulario de palabras vulgares. Lo que sí encontró ese estudio es que las personas más malhabladas suelen tener más tendencia al neuroticismo, extroversión y hostilidad, mientras que las personas menos propensas a decir palabrotas suelen tener más fuertes los rasgos de amabilidad y minuciosidad.
Utilidad
En nuestros cerebros, el lenguaje se almacena y procesa usando principalmente la corteza cerebral, especialmente el lado izquierdo. Pero las malas palabras tienen lugares y procesos diferentes: se relacionan con partes más profundas del cerebro, relacionadas con el sistema límbico y el procesamiento emocional. Quizá por eso nos salen automáticamente cuando, por ejemplo, nos damos un martillazo en el pulgar ¡Auch! ¡Hijo de su COCO COCOCO! ¡Uhh! Y muchos estudios demuestran que esos expletivos tienen efecto analgésico: ayudan efectivamente a aliviar el dolor, sobre todo si la persona no los acostumbra usar cotidianamente.
Groserias y trastornos
Algunos trastornos neurológicos, como la afasia severa, el síndrome de Gilles de la Tourette o el de Alzheimer, afectan las partes del cerebro que inhiben la expresión de groserías, así que personas que los padecen pueden soltar vulgaridades involuntariamente.
Sustitutos
Por cierto: esos símbolos $#%!!&/# que en los cómics representan groserías, sin tener que escribirlas se llaman “grawlix”. Fueron bautizados así por el autor de “Beto el recluta”, Mort Walker. Y muchas palabras ofensivas se pueden sustituir por eufemismos que empiezan de manera similar. La palabra “hostia”, por ejemplo, muchos la han sustituido por “ostras”. Y nadie se escandaliza por escuchar “caray” o “recórcholis”, aunque su origen sea muy vulgar.
Para insultar no siempre se necesitan palabras procaces. Se puede hacer con creatividad, como el célebre Capitán Haddock, de la historieta belga Titntín:
HADDOCK: ¡Me las pagarás, anacoluto, pedazo de calabacín! ¡Especie de logaritmo! ¡Filoxera! ¡Hidrocarburo!
¡CuriosaMente!